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A Veinticuatro Años De La Fugaz Ocupación De Malvinas.

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¿Hay una forma de volver a Malvinas y recuperar la soberanía argentina?

Por Emilio Marín

Cada 2 de abril los discursos oficiales rebosan en expresiones de deseos para que las Malvinas vuelvan a ser argentinas. El tema es cómo. Según el presidente Kirchner, por la diplomacia y la paz, recursos que Londres ignora olímpicamente.

El acto del domingo en la Base Aérea de El Palomar no fue la excepción a la regla de los actos conmemorativos del 2 de abril de 1982, cuando la bandera celeste y blanca ondeó por 74 días en Puerto Argentino.

Como en casi todas las ediciones anteriores, el verbo presidencial reiteró el deseo de que el Reino Unido acepte discutir la cuestión de la soberanía malvinera.

“Nuestro pueblo tiene el común empeño de rescatar la soberanía de nuestras islas. Por eso hoy, una vez más, reiteramos nuestra voluntad de reanudar el diálogo con el Reino Unido”, dijo el jefe del Estado ante un público en el que se destacaban los ex combatientes sentados en las primeras filas.

Néstor Kirchner no sólo tuvo ese gesto de ubicarlos como invitados especiales, bien adelante, sino que les dedicó varios párrafos. Por ejemplo, deploró como una vergüenza que en 1982 hubieran sido traídos al continente por la puerta de atrás, en una condición de maltrato en la que fueron mantenidos muchos años. Como la basura, fueron barridos bajo la alfombra.

Por eso fue atinado que el primer mandatario cerrara su alocución pidiéndoles perdón a los ex combatientes en nombre del Estado y les agradeciera lo que habían hecho por la Patria.

En El Palomar también habló el jefe de Estado Mayor, brigadier general Jorge Chevallier, en coincidencia con el presidente. Se profundizó así el esfuerzo del Ejecutivo por atraer a las Fuerzas Armadas a su proyecto político. Esta saga había comenzado con los discursos autocríticos castrenses en las semanas previas al 30º aniversario del golpe de Estado de 1976.

La falla del enfoque kirchnerista fue calificar al 2 de abril como una aventura insensata, reiterando lo dicho antes y sucesivamente por el dictador Reynaldo Bignone, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde. Confundir la gesta de Malvinas con los personajes dictatoriales que la condujeron es uno de los errores más funestos y corrientes entre nosotros. Y no se trata de una confusión espontánea: está alimentada desde la cima del poder político. En rigor, fue planteada por Margaret Thatcher desde el 2 de abril de 1982, cuando presentó la disputa entre “Democracia” (la suya) y “Dictadura”. Leopoldo F. Galtieri era efectivamente un dictador, pero la causa de Malvinas era y es nuestra, desde que los ingleses la usurparon en enero de 1833, apegados a su democracia monárquica, colonial y pirata.

La desmalvinización

Es correcto lo que dijo el presidente: “la dictadura, para salvarse, planeó y ejecutó una guerra ocultando sus verdaderas intenciones”. La verdad de Perogrullo diría que si los militares argentinos ganaban la guerra se hubieran quedado una eternidad en el poder. O al menos esa era su intención. Que lo consiguieran, esa ya es otra historia. Eso no puede probarse porque no ocurrió y porque la resistencia de nuestro pueblo bien podría habérselos impedido.

Imaginar la historia en base a supuestos que no existieron es algo que conviene apartar del análisis, o a lo sumo darle un modesto lugar de hipótesis, para nada algo afirmativo cien por ciento.

Por ejemplo, uno de los funcionarios argentinos de entonces, que ya eran desmalvinizadores en 1974, repite hoy con soltura rayana en la ignorancia que si no hubiera habido guerra ya las islas habrían sido recuperadas. El ex embajador en Londres, Carlos Ortiz de Rozas, declaró a “La Nación” el 1 de abril último: “sin guerra ya serían nuestras las Malvinas”.

Su afirmación no tiene valor ni forma práctica de demostración. Al contrario, 149 años de ocupación ilegal británica del archipiélago eran una prueba fáctica en contrario, de que los usurpadores no tenían intención de devolverlo. Y peor aún, los 24 años transcurridos desde el fin de la contienda, con los sucesivos gobiernos ingleses negándose a hablar con los nuestros de soberanía, es otra muestra contundente de continuismo y falta de apego por la legalidad internacional.

Al defender una causa nacional como la de “las hermanitas perdidas” -según el cantar de Atahualpa Yupanqui- es importante identificar al enemigo y su “quintacolumna” interna.

A los gobernantes británicos los conocíamos bastante bien por la amputación de una parte de nuestro territorio y el préstamo usurario de la Baring Brothers. Pero también por cosas del siglo XX, como el leonino tratado Roca-Runciman y los negociados de los frigoríficos y la Forestal. O más acá en el tiempo, por la participación de sus bancos en el saqueo de la deuda externa.

Pero falta conocer mejor a sus aliados internos. Durante la guerra de 74 días en 1982 uno de los primeros políticos que alzó su voz como aliado de Londres fue el ex presidente Arturo Frondizi. Le siguió el entonces candidato Alfonsín y, tras la derrota de Puerto Argentino, la lista se hizo interminable. La OTAN recuperaba el habla en Buenos Aires por medio de esos amigos, superando el momento de parálisis tras los hundimientos de los barcos de la Royal Navy en el Atlántico Sur y la extensión de la solidaridad con Argentina a todo el Tercer Mundo.

La ola desmalvinizadora iniciada por la última Junta, nutrida por generales, políticos y comunicadores, y continuada por gobiernos constitucionales, sepultó en parte a los ex combatientes. Los ocultó sobre algo más espeso que un manto de neblina.

¿Cómo volver?

De toda aquella constelación de desmalvinizadores, el peor de todos resultó el gobierno de Carlos Menem. Con ampliación de pensiones a los ex combatientes quiso ocultar su sumisión a la bandera del Union Jack del imperio británico, sellada en sus encuentros con la Reina Isabel II y con el premier Tony Blair a fines de octubre de 1998. A políticas de “relaciones carnales” con la superpotencia, correspondían “políticas de seducción” con el principal aliado de ésta.

Menem, sus predecesores y sucesores, aseguraron que se podía obtener la soberanía argentina sobre las islas sobre la base de la negociación pacífica con el Reino Unido. Kirchner insistió en esa vía este domingo, al ilusionarse con que ahora van a poder dialogar “dos democracias”, pero sin ninguna perspectiva concreta.

¿Acaso estamos recomendando volver a la guerra? No. En absoluto. Al menos mientras queden expeditos varios caminos políticos, económicos y diplomáticos aún no emprendidos por falta de vocación nacional de sus autoridades.

-La primera medida es reclamar ante la Asamblea General de la ONU que la cuestión Malvinas sea retornada a dicho ámbito, de donde fue sacado por Menem. Discutir en la Asamblea de 190 países, máximo órgano representativo de las Naciones Unidas, no es lo mismo que hacerlo en una comisión inferior en rango. Los debates y las resoluciones tienen otro “ruido” y repercusión mundial.

-Mientras se discute en ese ámbito, hay que adoptar medidas que afecten los intereses del ocupante. Por ejemplo, gravar con impuestos a sus inversiones. Si en uno o dos años el Reino Unido sigue impertérrito en su negativa, se deberían nacionalizar empresas y bancos entre esta lista: Shell, British Gas, laboratorio Glaxo, banco HSBC, Particulares (British American Tobacco), etc.

-Finalmente, y sin desatar ninguna guerra, es hora que Argentina ponga en sus Fuerzas Armadas la hipótesis de conflicto del Atlántico Sur. ¿O vamos a seguir entrenando al Ejército con el “Cabañas” para atacar a la guerrilla colombiana, a la Marina con el “Unitas” para bloquear a Cuba y a la Fuerza Aérea con el “Aguila” para recuperar zonas hipotéticamente ocupadas por el “terrorismo islámico”? Estas pueden ser las prioridades de la administración Bush, pero no son las nuestras. Lo nuestro es volver a Malvinas.

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